AMELIA VALCÁRCEL
La lengua es compañera de lo que se produce en el tiempo. Ese cambio señalado está aquí. Supone la ciudadanía plena de las mujeres en paridad con los varones, con sus gajes y sus costos. La lengua habla, por tanto, muta
La lengua es compañera de lo que se produce en el tiempo. Ese cambio señalado está aquí. Supone la ciudadanía plena de las mujeres en paridad con los varones, con sus gajes y sus costos. La lengua habla, por tanto, muta
La letra “a” parece estar dotada para ofuscar talentos. La primera vez que me topé con el sulfure por la “a” fue hace años. Acabábamos en nuestra facultad de elegir decana. Y en calidad de tal, ella se dirigió al catedrático vetusto de turno. Le envió lo que se llama un oficio. Un escrito que ella firmaba con su cargo. Resultado, se desató una tremenda erupción de un volcán de espumarajos. Lamentándolo mucho... otro nombre no tiene. El visitado por el oficio entró en exaltación (si bien hay que confesar que tampoco le costaba mucho) y replicó con un breve en el que más o menos decía que... “habiendo recibido pliego enviado por ‘la decana’ y no sabiendo quién sea tal autoridad...” informaba de que pensaba pasárselo, perdón, enviarlo al archivo ese que solemos tener a la derecha y debajo de la mesa. O sea, la entrañable papelera. Decía esto y dos o tres lindezas más que la membrecía decanal atribuimos en aquel entonces al deje viejuno.
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