21 julio 2018

Pasillo rosa: ¿el fin del sexismo en los juguetes?

Jenny Willot era ministra de Consumo en Reino Unido cuando dijo que el pasillo rosa, esos lineales de las jugueterías donde hacen pandilla las muñecas en spas o en salones de belleza, dañaban la economía. Según explicó, afianzaban en las niñas estereotipos que las alejaban de las carreras de ciencia y tecnología. O sea, de trabajos mejor pagados que la media. Le había secundado en el Parlamento una diputada laborista, Chi Onwurah, ingeniera por el Imperial College de Londres, hija de nigeriano y ejecutiva de firmas tecnológicas antes de sentarse en Westminster. Allí explicó que, como ingeniera, había trabajado en entornos muy masculinos. Y añadió: «Sólo cuando entro en una juguetería siento que estoy experimentando una segregación por género». En Reino Unido establecieron una relación entre la caída de vocaciones en estas carreras con la cada vez más evidente separación que hace el mercado entre juguetes de chicos y de chicas. Es imposible negar que las niñas manifiestan cierta querencia por las muñecas y los niños por los balones y los coches. Pero ¿hace falta un marketing en el que ellos son siempre astronautas y ellas princesas relajadas en la peluquería? ¿Pueden ellas aspirar a ser femeninas... e ingenieras?




La fundadora de Goldieblox, una empresa de juguetes para niñas, vio ese nicho. Debbie Sterling puso en los anuncios a unas chicas que se lo pasan bien ideando circuitos. De tonos pastel, eso sí. «Fue la sensación en la feria de Nueva York», confirma María Costa, del Instituto Tecnológico de Producto Infantil y coordinadora de la guía de juguetes AIJU. Costa es seguramente la mayor experta en tendencias jugueteras del país, y dice que un 45% de las niñas en España no se identifica con el mundo rosa.

El anuncio de esas niñas que hacen un cohete con sus muñecas y carritos de bebé al ritmo de una canción de los Beastie Boys se hizo viral. Antes, Lego ya había lanzado su línea Friends, en tonos rosas y verdes pálidos, y las ventas habían subido. Si las niñas no usaban juegos de construcción tradicionales, había que hacerlos más femeninos. Funcionó.

Este año, según Costa, la tendencia de niñas ingenieras o programadoras ha llegado a España: «Ahora hay padres con la mentalidad más abierta que han superado los estereotipos de género». Admite que quizás el mercado se haya volcado excesivamente en profundizar en una división que no ha existido siempre. «El rosa se empezó a extender a finales de los 60 en EEUU y llegó más tarde a España», contextualiza la experta. Ahora ya son padres los adultos que, de niños, leyeron a los Hollister y no a Jerónimo Stilton (ellos) y a Tea Stilton (ellas). «Hay un cambio. Hemos entrevistado a 500 familias y se nota. Son más abiertos y no encorsetan tanto».

Los escépticos con los esfuerzos por cambiar preferencias hablan de La paradoja noruega, un documental en el que se deja claro que, pese a los esfuerzos de las autoridades del país durante lustros, las chicas acababan mayoritariamente en carreras relacionadas con la educación, la sanidad y el derecho. Los que denuncian el pasillo rosa, como las diputadas británicas, no aspiran a un mundo unisex, pero sí a uno donde las chicas no se sientan raras si no están a gusto en cumpleaños en las que se las maquilla y desfilan en pasarelas.

Let Toys be Toys es una iniciativa británica que denuncia el sexismo pasado de rosca y rosa. Recientemente subió las fotos de camisetas de GAP para niños con la cara de Einstein y la palabra Genio, mientras que en las de niñas abundaba el rosa y palabras como Mariposa. Cada semana, denuncian cosas parecidas, como la web Pinkstinks (El rosa apesta). Allí están contra la línea Friends de Lego y, como ejemplo de los pasos atrás que se han dado en cuanto a estereotipos, ponen de ejemplo un anuncio de 1981 en el que es una niña, vestida con vaqueros y camiseta, la que sostiene una construcción normal de Lego. Sin cupcakes, sin flores, sin regaderas.

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